El reconocimiento destaca la responsabilidad social y el arraigo rural en Agrelo.
Viña Las Perdices recibió el “Premio a la industria con desarrollo de políticas de inclusión social” del Banco de la Nación Argentina. Esta distinción, otorgada por primera vez en Cuyo, fue el resultado de una selección entre 120 empresas de la región.
Desde el momento de la recepción del premio y continuamente con el pasar de los días, quienes integran Viña Las Perdices han expresado su gratitud por este reconocimiento y han destacado el apoyo recibido a través de los directivos y empleados de la institución, que día a día acompañan a Viña Las Perdices en su crecimiento. Concretamente se obtiene apoyo mediante operaciones para capital de trabajo, préstamos de inversión a largo plazo y diferentes desarrollos de políticas a nivel de comercio exterior. De esta forma, el Banco de la Nación Argentina genera un ecosistema de inclusión y beneficio social que resulta de gran importancia a los fines
de lograr un impacto positivo en la sociedad local generando un círculo virtuoso para todos los involucrados en este proyecto.
El caso de Viña Las Perdices cuenta con una experiencia que en este momento ya transita por la tercera generación de personas participando de una política de trabajo que hace hincapié en el arraigo rural a partir de la integración familiar. De este modo se ha constituído una comunidad que desde principios de los ´80 ha continuado creciendo en la finca.
Dentro de un sector industrial en el que se acostumbra a trabajar con empleados eventuales para las cosechas, la propuesta de Viña Las Perdices resulta poco habitual al trabajar permanentemente con las mismas personas. Esta decisión implica una profundización de la capacitación, la fidelización y la identidad de quienes trabajan en la empresa, en este sentido Nicolás Muñoz (gerente administrativo) comenta:
La propuesta consiste en una integración de la familia al ámbito rural, donde la mamá o el papá pueden estar en su casa en 5 minutos en caso de que sus hijos los necesiten o ellos necesiten ocuparse de algún imprevisto que surja en su hogar, a la vez que se facilita el acompañamiento escolar de los hijos. La idea es resolver el problema de la vivienda, las mudanzas, traslados, seguridad, etc. a quienes trabajan en la bodega, evitando traslados y preocupaciones. Al fomentar el arraigo rural, resolvemos esas complicaciones, generamos identidad y fidelización entre las personas que trabajamos en la empresa.
¿Cómo surge esta iniciativa de vincular el trabajo con la vida en el campo?
Hay que tener en cuenta que el trabajo y la vida en el campo tienen un contexto cultural propio, antes en los campos aislados si no tenías viviendas no contabas con gente porque no era tan normal los traslados, no habían buenos vehículos para esta tarea ni tampoco las comunicaciones eran tan fluidas como ahora. Entonces el hecho de contar con una parte del personal en el lugar te permitía el éxito de sacar adelante la tarea rural. El hecho de que quienes trabajan vivan en la finca es un tema cultural que tomamos de papá (Juan Muñoz, fundador de Viña Las Perdices). Hubo un periódo en que todas las empresas que tenemos alrededor, empresas extranjeras que compraron los inmuebles, demolieron las viviendas que habían en la zona porque lo veían como un problema y no querían tener que asumir ese compromiso con la gente que trabajaba para ellos. Nosotros veníamos con el paradigma anterior, el de la vida en el campo, y lejos de quitarlo decidimos profundizarlo, asumir esa responsabilidad social. Es una decisión que tomamos para ofrecer una respuesta a un problema.
¿Específicamente en qué consiste esta decisión?
Las personas que viven en la finca junto a sus familias tienen trabajo permanente durante todo el año, una vivienda y servicios sin cargo. También nos ocupamos de la accesibilidad para que las calles estén en condiciones y los colectivos estén a mano.
A partir de esta iniciativa mucha gente logra resolver el problema de la vivienda y trabajar sin tener esa preocupación, hasta que pueda ahorrar y comprar su casa propia. Nuestra mirada está en los beneficios que podemos facilitar a quienes trabajan con nosotros y la importancia del arraigo rural.
¿Cuántas personas están implicadas en esta iniciativa?
Culturalmente las áreas que viven en el campo son las que trabajan en la producción, en la viña, en la bodega, etc. Hoy hay 20 casas y unas 70 personas viviendo en ellas. En algunos casos esas casas están agrupadas en algún sector específico de la finca y otras están dispersas por los terrenos. La distribución se da en relación a la disponibilidad del espacio, la nueva etapa de casas será en el campo nuevo donde está proyectado sembrar otros viñedos.
¿Cómo funciona esta práctica en la cotidianidad?
Al estar retirado de la ciudad no hay problemas de vandalismo, robos o inseguridad, hay una confianza colectiva entre quienes viven acá, esa convivencia hace que todos se conozcan más, los chicos juegan juntos, toman el colectivo para ir a la escuela y las madres también están en contacto entre ellas. Aparte de trabajar acá hay una pequeña comunidad donde todos se conocen y se ayudan.
En contraposición a lo que sucede en la pampa húmeda, donde nadie quiere vivir en los campos y los trabajadores rurales migran a los cinturones periféricos de las grandes ciudades. Acá transitamos la tercera generación de gente que vio con buenos ojos esta propuesta, se arraigó y no se fue. Sus hijos cuando crecen y terminan los estudios si quieren pueden elegir trabajar acá junto a sus padres o en otras áreas. De este modo se da una transmisión de oficios de padres a hijos, una cotidianidad que permite compartir un almuerzo en familia y estar presentes en las trayectorias educativas de sus hijos.
El clima que se genera en este ambiente de trabajo permite seguir construyendo este tipo de propuestas que generan mejores condiciones de vida para las personas que trabajan con nosotros y esto siempre repercute positivamente, por lo que creemos que es una política que va a continuar.